DESTINO, EL CARNAVAL DE PANAMÁ
Prohibido llegar de improvisado, y sin un plan de estadía.
Por: Federico José Guillermo Tejada
Durante el carnaval en Panamá suceden
acontecimientos que los medios de comunicación no registran, sin embargo no
dejan de ser hechos dignos de ser contados rememorando aquellas experiencias, muy singulares por cierto, vividas en esas
épocas. Muchos recordarán los carnavales pasados en la ciudad de Panamá durante
los años ´70. Estos eran un hervidero de emociones. Los llamados toldos se
encontraban en todas partes, algunos con mayor atracción del público bailador. Un artículo de la Revista Ellas titulado “Mi Carnaval en
la Central” de febrero del 2014 indica “estos eran lugares destinados al
baile y consistían en tarima y pista, todo de madera, en los que cabían unas 10
mil personas en cada uno, y se separaban por el género de música que se tocaba.
Los había de típico y de música popular, y los empresarios en ese tiempo
contrataban al cantante que estaba de moda para que se presentara allí. La Ola
marina, que quedaba en el parque donde hoy está el Palacio Legislativo;
el toldo Mariposa, en calle 16; el toldo Brisas de Ancón, en la avenida Ancón;
el toldo Bohío, en la plaza Herrera; y El Montunito en Calle 18 oeste, cerca de
Barraza, son algunos de ellos, de acuerdo con Ortiz. Una de las anécdotas más
entrañables que relata fue la de las muchas veces que la Súper Orquesta tocó
con Celia Cruz”. También tocaron un
Martes de Carnaval Johnny Pacheco, Pete El Conde Rodríguez. Dice Andrés Villa,
relacionista público y escritor en la revista Ellas, y que las entradas a los
toldos eran como de 5 dólares y cabían cerca de 11 mil personas. Willie Colón
y Héctor Lavoe también participaron en nuestros carnavales capitalinos.
También en los barrios se vivía esa
efervescencia de alegría. Cuando éramos unos párvulos la adrenalina nos recorría
por todo el cuerpo, pero ésta no era por hacer acciones fuera de serie, sino de
pavor. Sí. Cada carnaval en mi barrio, Río Abajo por ejemplo, determinadas
personas se disfrazaban de resbalosos. Encontramos esta definición en el
apartado Panamá
Vieja Escuela que indican que “personificaban a los habitantes negros de
África rebelados contra la esclavitud española…usaban harapos viejos o atuendos
coloridos, se pintaban la cara, usaban pelucas o sombreros, y en ocasiones
portaban mascaras de diablito…provienen de la época cuando los carnavales únicamente
eran celebrados por las clases populares que residían en los suburbios de Santa
Ana, mucho antes de 1910”. Así que cada carnaval no había forma de que me
sacaran de debajo de la cama. Si por esa casualidad llegabas a tocarlos, te
resbalabas pues estaban untados como de una especie de aceite, y junto al sudor
que emanaba de sus cuerpos se hacían mucho más resbalosos. La suerte era cuando
se necesitaba algo en el hogar y había que ir al chinito a buscarlo. ¡Qué
odisea! Había que ver para todos lados, se caminaba pegado a la pared de los
edificios, ante cualquier atisbo de grupos tocando instrumentos de lata, uno
salía despepitado hacia el chino. Ahí pedía rápidamente los insumos y vuelta a la
casa a la velocidad del rayo, ya que muchos resbalosos no dudaban en usar su
fuete para amedrentar a las personas y en particular a los chiquillos. Las
comparsas eran otra situación. Habías comparsas en casi todos los barrios. “En la avenida Central se concentraba no
todo, sino el desfile de Carnaval, en el que se presentaban las reinas y las
comparsas en la tarde. Estaban conformadas por 100 o 200 personas que iban
todas bien ataviadas con sus deslumbrantes disfraces, como la de los Reyes, los
Condes, Caña Brava, los Campesinos del Chorrillo, los Príncipes Cumbancheros,
los Hippies, los Califas. Los bailes eran en la noche y no en la Central, sino
en lugares adyacentes, en los famosos toldos”, destaca la revista Ellas,
reseñada líneas atrás sobre el carnaval en la ciudad.
Otra experiencia vivida fue la que le
aconteció a unos jóvenes en su afán de disfrutar el carnaval. Para ello
contratan una mini camioneta (bans) para dirigirse hacia los famosos carnavales
de Penonomé, los llamados acuáticos. Se aprovisionan de todo, el licor no podía
faltar, todo el alimento cabía en una pequeña caja, había solo pasta de tomate,
macarrones, tuna y mucha sopa liptón, así que junto a una sola dama se dirigen
hacia el interior del país. Pero resulta que no tenían donde quedarse, pues el
transporte solo los llevó al lugar. Uno
de ellos que tenía una tía en el mero centro de Penonomé dijo que la
consultaría y que ella podría alojarlos por esos días. Todos confiados se
dirigieron hacia el lugar. Ya estando el sitio, el sobrino de la tía procede a
dialogar con ella. Luego de un rato sale y les comunica que debido a que no
estaba preparada para su llegada, solo contaban con un sitio, y que en ese
momento estaban procediendo a limpiar.
Luego de la limpieza, proceden a dejar
todos sus equipajes, era el gallinero de la casa; las instalaciones dentro de la
casa estaban ocupadas por colchonetas tiradas en el suelo en cada sitio posible
y donde no podía caber una más. Procedieron entonces a visitar el pueblo,
prácticamente estaban en el centro de la actividad del carnaval acuático pues a
escasos metros se notaba el río, y la enorme actividad que había en sus
alrededores. Era tarde, así que debido a lo largo del viaje se dispusieron a
descansar un rato, y disfrutar más tarde estos carnavales. Pasado un tiempo
todos se fueron parando, pues las constantes picadas de insectos, o mejor dicho
de los piojos que habían colonizado el lugar por ser un gallinero, además de la
existencia de un polvillo en el ambiente hacía casi imposible respirar, así junto
con el olor nauseabundo los obligaron a abandonar la estancia. Entonces
tuvieron que reconsiderar su situación.
Uno de ellos le informó que tenía familiares en un pueblo cercano a Penonomé. Y
allá fueron a parar. No sin antes hablar con el destacamento de policía del
lugar donde le explicaron su situación, la cual ellos comprendieron y le
prestaron por esos días un busito que tenían arrestado. Así ya instalados se
dirigieron al lugar. Como era de esperarse tampoco los esperaban, pero a diferencia
del sitio inicial, aquí sí los hospedaron en unas casas desocupadas. Lo malo
era que estaban muy lejos del carnaval de Penonomé, por lo que no les quedó más
remedio que tratar de divertirse en el sitio con los familiares del conocido,
que no eran muchos. Bebieron todo lo que tenían. Pero no tocaron nada de la
cajeta que contenía los alimentos. Así pasaron la noche, pero estar lejos del
jolgorio los molestaba. Así que a temprana horas se dispusieron a marcharse
hacia Penonomé. Casi llegando se les acaba la gasolina, así que no les quedó
más remedio que empujar el carro hasta el parqueo donde lo tenían los policías.
Y ahí lo dejaron. En el camino se encontraron con unos amigos de Panamá,
quienes estaban bien dotados de bebidas, así que se sumaron al carro de los
conocidos que los llevó a una de las playas cercanas. A todo esto, la muchacha
que los había acompañado ya se había independizado de ellos, y estaba en camino
a Panamá junto a un conocido de ella. Ya en la tarde deciden retornar a la
ciudad, no habían podido divertirse como lo habían programado, así que la
cajeta de alimentos se mantuvo intacta por varios días en una de las casas al
llegar a Panamá. Lo cierto es que juraron no volver a improvisar una aventura
como esta sin antes no tener seguro el sitio donde pernotarían. Uno de los
convidados contó que luego de llegar a la ciudad, tomó el bus hacia su casa. En
el camino una estación de gasolina tenía una manguera tirando agua a presión
cada segundo contra los autos que pasaban por la carretera. Y el bus no fue la
excepción, el joven junto al resto de los pasajeros quedaron completamente
bañados a las dos de la madrugada, pues tenían las ventanas abiertas y no se
esperaban esta acometida carnavalesca. Así fue como termino su primera
incursión a los carnavales del interior del país, indica el joven.
Otro caso de improvisación ocurrió también
en época del carnaval, especialmente en la región de Azuero, específicamente en
Las Tablas y en lo particular a una chica llamada Rosa Del Río.
Rosa Del Río había llegado desde el
exterior a pasar sus vacaciones. Encumbrada en la azotea de un hotel del centro
de la ciudad observaba atentamente cómo desde la torre del Banco Nacional, en
el último piso surgían destellos de luces, lo que la puso a pensar que algo estaba
ocurriendo en ese sitio a altas horas de la noche lo que la dejó intrigada por
ser el inicios de la semana del carnaval. Recordó momentos vividos cuando trabajaba
para una agencia de seguridad privada del país donde se radicó. Y comenzó a elucubrar
cualquier situación anómala que podría ocurrir, imaginándose escenarios propios de novelas de espionajes.
Su alto sentido de prever situaciones adversas o de peligro, debido a su
entrenamiento la hizo desconfiar de cualquier extraño que se le apareciese, e
incluso también de sus familiares y amistades las cuales frecuentaba cada vez
que llegaba al istmo. Ni a su sombra le daba permiso de pase de estar ella en
guardia.
En la azotea del hotel donde estaba
hospedada escuchaba música de los años ’70 la cual la hacía revivir gratos
momentos pasados en la ciudad de Panamá, antes de que por casualidad del
destino, otras tierras le brindaran cobijo y protección. Sin embargo algo la
inquietaba pues muy temprano en la madrugada, a la hora acostumbrada para hacer
ejercicios sintió un ente que rondaba el lugar. No era la primera vez que ella
percibía la presencia de algo o alguien en sitios solitarios donde le gustaba
acudir. Y esa madrugada ella estaba completamente sola, nadie a esa hora se
acercaba al pequeño gimnasio que el hotel ofrecía. Así que ese día presintió la
presencia de un ser que a buenas cuenta no era maligno, al contrario parecía
estar a gusto en ese sitio. Conversando con los cocineros a la hora del
desayuno les hizo el comentario sobre su experiencia, todos quedaron admirados
por la forma en que ella describió al ser que la quiso acompañar esa madrugada.
Y todos convinieron que el mismo era la figura del dueño que había muerto en el
sitio, y que frecuentaba el lugar casi todos los días cuando estaba vivo. Ellos
le contaron un poco más del personaje pero quedaron admirados y un poco
temerosos por la forma cómo ella les describió al señor sin conocer nada de él,
solo lo que le contaron los colaboradores del hotel hasta ese momento. El
sonido de su iPhone 10pro la sacó de sus pensamientos. La llamada correspondía
a un amigo que la invitaba muy entusiasmado a visitarlo en Las Tablas,
epicentro de los mejores carnavales del país. Sin pensarlo dos veces, Rosa Del
Rio comenzó a hacer los contactos necesarios, ya que necesitaba para ello un
carro urgentemente, el cual alquiló y junto a un acompañante se dirigió hacia
Las Tablas. Llegó en horas de la madrugada. Su
contacto le había indicado que pasada las 12 y media de la noche estaría ya en
la casa, esperándola. Era la una de la mañana pasada, y procedió a llamarlo. El
teléfono sonó varias veces. No respondió. Luego de hora y media de espera, y de
reiterar la llamada varias veces sin obtener respuesta, se dispuso a buscar
otra alternativa. Ya se había dado cuenta que le habían jugado una mala pasada.
Durmió las horas que restaban para el amanecer en el carro. Luego procedió a
desayunar en una fonda cercana. Calculó la hora en que otro amigo podría estar
en la casa, y así se dispuso a recorrer la ciudad de Las Tablas que comenzaba a
respirar aires de carnaval con las interminables ir y venir de las personas que
lo visitaban. Llegada
la noche procedió a llamar a su amigo, un bar ténder de la localidad que tenía
amistades en el sitio. El joven le indicó que la llamaría una horas más tarde
para responderle sobre el cuarto. Y cumplió, pues, luego de un rato la llamó y
le indicó que podría pasar la noche en el cuarto de un amigo cercano al parque
de Las Tablas, epicentro de todo el carnaval. Ya era tarde, mejor dicho era muy
de noche. Ella exhausta había decidido ir hacia otro sitio, pero necesitaba
recuperar un poco de energía, durmiendo. Ya había intentado devolverse a la
ciudad debido a su andar errático, y esa noche casi estrella el carro en que
andaba pues las piernas no le respondía como debían. Se sentían débil, y
desaliñada. No fue la mejor idea de lanzarse de esa forma a un sitio donde
desde mucho meses con anticipación las personas se organizan para tener todo a
mano durante esos días de festividades. Llegada la noche se dirigió hacia el
sitio acordado donde la esperaba junto con el dueño del cuarto. Ahí no hubo
tiempo de saludos, sino de intentar colocar todas las maletas dentro del mismo,
e intentar conciliar el sueño que era lo que la tenía preocupada. El
acompañante tuvo que conformarse con una litera colocada en una esquina del
cuarto. Ahí intentó dormir, pero los cuetes artificiales hacían imposible
lograrlo por lo que se mudo hacia una silla mecedora para ver si con el
movimiento podría dormir. Pasada las horas, sintió que le caminaban por los
pies unos animales. Encendió la luz y se percató que el sitio estaba repleto de
enormes cucarachas. Así mismo se percató que su amiga estaba en medio de ellas,
y ya ella se disponía a salir del aposento pues los bichos no la dejaron dormir
en paz. Había que bañarse. Y el baño no era el más apropiado para una mujer,
también pululaban por todas partes cientos de bichos que se movían por todo lo
que parecía era la cocina, los utensilios de aseo como el jabón y el cepillo de
dientes. Era un sitio infectado de cucarachas de las que se conoce como de
tierra, enormes y de un caparazón distinto a las cucas de la ciudad que son más
pequeñas. Lógicamente salieron casi huyendo del
lugar, no sin antes agradecer por la acogida y las pocas horas de sueño
logradas. Al menos había servido para recuperar un poco las energías perdidas.
Aun así ella se resistía a abandonar el lugar. Los carnavales en Las Tablas era
como un imán que atrae a todo coterráneo nacido en estos lugares. Volvió a ver
si tenía suerte esta vez. Llamó a un tío que recordó vivía en un sitio lejano
de esta provincia logrando constatarlo y hacia ahí se dirigió.
Luego de unas horas de camino agreste e
incalculables potreros llegó al sitio en donde fue recibida con mucho calor. El
lugar era un pintoresco pueblito de la campiña santeña, alejada del bullicio de
la capital de esa provincia, pues como todos saben el carnaval de Las Tablas
solo se celebra en ese lugar, Las Tablas. Ahí procedió a recorrer el lugar.
Recordó cuando era pequeña, las calles de su infancia, las casas de sus
ancestros, la vivienda donde creció junto a su madre y hermano. Era un sitio
muy particular, en donde cada habitante son parte de un tronco común, o sea que
en buenas cuentas son familias. Sin embargo esto no impide respira un aire de
enemistad, y de intranquilidad que escapa al común de los visitantes. Como
dicen,” pueblo pequeño infierno grande”.Rosa Del Rosario procedió a visitar a
sus amistades, entre ellos a otros familiares. En uno de esos trayecto quedó
absorta, como viendo en el horizonte algo que no estaba ahí, pero si en su
memoria, y entonces se refirió a que en ese cruce de carretera, una vez siendo
muy pequeña se encontró a tres duendes que la miraban con curiosidad. Estos
personajes de nuestro folklore aparecen a cada rato en los relatos de personas
que han vivido en sitios como éstos, donde el follaje casi total permite, según
narra la propia vivencia de las personas, la existencia de estos y otros seres
que no han podido ser visto por el común de los mortales sino por aquellos que
son escogidos para presenciar su existencia. Más tarde se dispuso a buscar un río
donde poder tomarse unas fotos. Había estado en su niñez en el río Oria, pero
no se acordaba de la dirección o de cómo llegar. Sintiendo esa necesidad de no
estar quieta, de tratar de visitar o ver lo más que pueda en el tiempo que
había destinado para disfrutar de los carnavales se enfilo en busca del río
Oria, uno de los majestuosos ríos del sector. Inició en un camino carretero
llevándola a varias comunidades como el Toro, la Vaca, Paritilla, Purio,
Pedasí, y muchos sitios cercanos. Anduvo por varias horas, dando vuelta en las
diversas colinas y promontorios que los caminos la llevaba. Ya de último inició
un trayecto que la llevó a dar en redondo varias vueltas sin lograr su cometido
de encontrarse con el famoso río. En una de esos recorridos se encontró con una
pendiente, la cual luego de esforzar el carrito que la llevaba logró pasar,
pero de igual forma el camino, por cosa del destino la llevó luego de varias
horas al mismo sitio. Volvió a subir la cuesta, esta vez con mucha más
dificultad, pero lo logró. Ya casi terminado la tarde, y luego de varias
vueltas, llega al mismo promontorio, y es ahí donde el carro no puede volver a
subir luego de varias embestidas, en donde incluso casi logra que el carrito se
volteara pues derrapó tanto que se ladeo peligrosamente, entonces ella se dio
por vencida ya que las subidas anteriores la había llevado varias veces al
mismo sitio. Retrocedió, y retornó por la misma carretera. En una especie de
encuentro de varios senderos encontró a unos campesinos del lugar, uno de ellos
le dice que con ese carrito nunca podría llegar al río Oria, pues necesitaba un
todo camino para poder subir las pendientes del lugar, así que con ese dato
decide retornar al sitio de donde partió, el pueblito donde vivía su tío. Ya en
el sitio se convence que fue objeto de una mala jugada del destino o de algún
maleficio pues los lugareños creen que cuando esto sucede es que fuerzas
sobrenaturales inciden para que el objeto de sus males se pierda en el camino.
A todo esto no dijo nada, lo cierto es que nunca dio con el menta’o río Oria. Se acercaba la noche, así que se preparó
para ir hacia Las Tablas con el objetivo de bailar. Era ya de noche cuando
llegó. Todo estaba en su apogeo, las tunas estaban en su ritual de
confrontación, la música se escuchaba en todo el lugar, las fondas ofrecían
todo tipo de comida, a precios astronómicos. A cada segundo un destello de luces
iluminaban la noche tableña, todo era alegría, en cada rincón del pequeño
pueblo se respiraba el carnaval. Debido al jolgorio que inundaba todo las
calles del centro de la ciudad, Rosa Del Rosario decidió rodear el tráfico, se
metió por unas calles conocidas y luego aparcó su carro. A escasos metros de
distancia se oía la música de un ph famoso que todos los años es frecuentado
por una gran mayoría de jóvenes. Hacia allá enfiló su humanidad, luego de hacer
una fila y pagar el tax, entró. Era otro mundo, el dj a la par que sonaba una
música estridente, hablaba a todo volumen. No había espacio para respirar, el
hedor del sudor de las personas se juntaban con el almizcle del orín que
parecía inundar el piso. Las parejas se apretujaban, cada espacio era requerido
por alguien o algunos. No había tiempo para más nada que divertirse, con sus
tragos en las manos, en donde los bartender no se daban abastos para tanta
gente congregada. El sitio no fue de su agrado, no reunía las condiciones
mínima de salubridad, era un roce constantes de cuerpos entre el ir y venir,
meneándose al son de la música estridente que se escuchaba, deleite de todos
los presentes, menos una, Rosa Del Rosario que salió tan pronto vio todo lo que
se daba a lo interno de éste ph. La noche aun era joven, pero el cuadro
dantesco presenciado en el sitio descrito no le permitió seguir indagando por
otros lugares. Recordó y añoró aquellos sitios llamados toldos, jorón o
jardines donde se podía sentar con amigos o conocidos y pasar la noche sin
mayor problema que la música típica, la cual llevaba en la sangre. En este ph no
había lugar para una silla, al contrario todo se hacía de pie. Todo, hasta
donde su imaginación pueda tolerar. Así que retornó al pueblito llegando casi en
la madrugada, y se acostó. Pero mucho menos era tiempos para estar dormida, y unos bichos se encargarían nuevamente de hacerla sentir que estaba en medio del
carnaval. Se despertó asustada, pues sintió una picadas en sus piernas.
Encendió la luz, y se dio cuenta que su cama estaba siendo invadidas por
hormigas rojas, enormes hormigas que salías de las paredes. Así que no le quedó
más remedio que salir del lecho. El sonido de la música de un toldo cercano la
motivó a vestirse, estaban sonando la canción “Anhelos” de Osvaldo Ayala, así
que si no podía dormir por lo menos iría a ver si podía bailar un poco. Llegó
con su amigo al sitio, era un jorón de baile que aun existe en estos pueblos.
Se sentó en una mesa, y así al son de los tambores, la cumbia y la mejorana se
fue entonando. Y bailó todas las piezas posibles a esa hora de la madrugada. La
música típica sonaba a todo volumen, y los danzantes apenas empezaban a calentarse
entre un rico pindín, en las primeras noches del martes de carnaval de Las
Tablas. Por lo menos, Rosa Del Rosario logró su fin primordial que era bailar y
divertirse, momentos que la hizo olvidar de los infortunios vividos por no
prepararse con anticipación todo lo necesario para disfrutar de los famosos
carnavales tableños. Ya mañana ella encontraría a otro amigo que ya tenía en
mente para que le diera posada, pues no pensaba quedarse un minuto más en aquel
lugar lleno de hormigas. FIN.
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